La manecilla más larga y lánguida vacilaba entre el 1 y el 2...la otra, pequeña y regordeta se fijaba en el 4. mis ojos resintieron la humedad del viaje y mi garganta reconoció el smog de este lugar. Fue muy temprano, la noche de la ciudad es hermosa, es fría y solitaria, camina descalza y lo mejor de todo, sabe mi nombre. Como ninguna otra.
Días antes, abandoné la ciudad por ese instinto viajero que me saca de quizio cuanod no tengo ni un centavo. Empaqué lo necesario y me largué. ¿lo necesario? quizá faltó mucho para ser lo necesario, pero ajusté la ropa de cuatro días, mi cepillo de dientes, un peine, gel, talco, desodorante, un puto frasco de losión, un cortauñas, un gitter... y un contadas páginas que se resuelven en un par de axiomas entrevistos.
Subí al metro con una maleta terriblemente pesada y la mirada en el suelo. Me senté sobre la maleta hasta que llegué a la estación. Me senté un par de segundos mientras salía el camión, encontré uno a uno a mis compañeros de viaje, que serína de cuarto, de peda... Subimos y platicamos de un sin fín de pendejadas, una más trascedental que la otra. comimos alg en el camión, vimos una película de Woody Allen. Me senté justo en el pasillo, cerca del baño. Casualidad.
Cuando llegamos al místico lugar, mis ojos se supieron extranjeros, se sabían lejanos del hogar, y por primera vez, no sentían pesadumbre. Por pirmera vez la sensaciónd e estar lejos de casa no era causa de algún poema fatídico ni de un mal viaje. Caminamos hacia la salida. Buscamos un camión que nos llevará lo más cerca posible de dónde nos quedariamos.
Un túnel y otro y otro y otro yotro y otro...alguna casa se caerá sobre nosotros. La sensación de pisar estas tierras tan citadas en los cuentos de Ibargûengoitia me hacía sonreir, sólo un poco. Sentir que una ciudad se balancea sobre los túneles, nos hizo perder el camino. Conocimos con un par de monedas ..casi toda la ciudad. Por fin descendimos, y la mirada se transformó, el júbilo de saberte lejos e insuperable, la maldita costumbre de no volver la vista a trás. Creo que esta vez no fue la exepción. La soberbia de Damocles se adueñó de mí. Ja. Es un mito, pensé.
Nos adueñamos de la habitación. Profanamos cada uno de sus espacios, haciendo gala de todos nuestros malos modales, salimos dejando todo un cuchitril. La lluvia se antojaba agradable, pero resultó ser, como decía mi compañera, mojapendejos. En fin, después de una comida casi comestible, nos encontramos con los que serían nuestros guías.ja. Esa noche, como todas las que duramos ahí, serían de fiesta, de Sabiana, de ella en la mente, de él jugando a no sentir que la cerveza se le subía por los brazos.
digamos, y sólo entredientes, que la primera noche fue la mejor. Definitivamente, esa noche nuestros monstruosos egos dejaron que la cara más insensata se convirtera en máscara, en una máscara horrible, de pocos amigos y muchos cigarros. Pero al final del día, lo logramos, terminamos ebrios entre las calles que subían y bajaban, que subían y bajaban que subían y volvía a bajr como un escuadronde piruetas, casi fractálicas que daban a donde juarez. Que sus vueltas infinitas no sabía de fines ni de olvidos. Decía Elizondo que el infinito es la imposibilidad del olvido. que razón tenía. Qué madita y puta razón tenía. Las infinitudes son lo mío, creo, pero el olvido, nunca lo ha sido.
En fin, el segundo día fue algo extraño, quizá sin rumbo ni dirección me dipuse a salir, salimos. Fuimos al coloquio. Sorpresa encontrar con lectores de la misma basura que yo consumo, saber que tiene las mismas caries y el mismo sarro mental que aveces me hace decir pendejadas. Conocer paisanos que huyeron del mundanal ruido. saber que a ellos ese mosquito los llevó lejos y a mí sólo me sacó una horrible roncha. Esa noche no dormí en la cama que de todas las demás, terminé en casa de un mada faker, recostado, siempre mala copa, con el aliento de cigarro y los dedos amarillos, hablando de tanta mierda que nos venía a la cabeza.
El tercer día era, a pesar de que el armaggedon que, pensaba era su sonrisa en la otra, azotó con todo el rencor que la madre naturaleza acaese sobre notros. En fin, ese día no vascilamos en comer todos juntos, platicar sobre las cosas buebnas, las malas, las ballenas, las historias que se repiten cada vez que nos juntamos, en fin, todo lo que un pequeño grupo gente hace cuando tiene mucho tiempo de no verse. En fin, al salir de ahí, huimos hacia la habitación, compramos algo para calentar nustras irritadas gargantas. la fiesta terminó hasta las cinco de la mañana.
Bailamos, cantamos, malacopeamos, fundamos el club de los hombres y mujeres sin alba, y caminamso de regreso, todos.
Al otro día me levanté con la sensación de que otra noche sería imposible, quería un café y estaba arto de mi mismo, y quería saber cómo diablos regresaría a casa. En fin, cuando me bañé, regresé a la cordura. Salí con mis hojas blancas, con el hambre, la sed y el seuño en las bolsas del pantalón, caminamos hasta aquel lugar. Me senté a escuchar. después, hablar, casi sin voz. Cuando supe que sería mi último día, no entendí como despedirme, como decir hatsa pronto, como agradecer, como simplemente salir corriendo. Nunca lo sé. Siempre digo eso. Pero me tuve que resignar, hacerlo, despedirme. Huir a casa.
Tome el útlimo camión de la noche.Suspiré, como siempre.
Me da guasto estar en casa, sólo un poco.
Aunque sé, que algún día regresaré.