domingo, 30 de septiembre de 2007

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Estambul, Istambul, Stambul. Pasquiatte, octurum, disiarre, Tülquius, Argamare, Intonatium.

Jean Pastorius, filólogo, hermeneuta ortodoxos y tarotista, después de una lectura minusciosa del pergamino aseguró que la provincia de Estambul, no es lo mismo que la ciudad de Istambul, y que, mucho menos, tendría algo que ver con la melodía que le cantaba su abuela.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Esa edad.


Esta noche es como la última. Se parece tanto a aquella noche, hace meses, hace años. Esa noche de luna suicida, esa noche de filo de aguja. Recordarla me hace sentir una marioneta de la que el destino se burla cada vez que esta noche se acerca. Esa noche sin ELLA, sí, la primera ELLA, la más grande que existió; la que , bendito sea dios, está lejos, muy lejos.


Esa noche fue distinta. Recién conocí a Baudelaire, mi edad era la idonea para resolver todas las dudas con cigarro de mota. Esa mañana llegué al lugar de siempre, saqué el encendedor, mi cajetilla de Delicados, mi edición horrible de Las flores del mal, amarré el paliacate que detenía una melena entrecrecida y sucia que pendía de mi craneo y desantendía el estorbo que causaban mis piernas a los bucólicos peatones. Esperé. Esperé. Esperé. Esperé. Esperé. Llegó, besó mi mejilla, como nunca. Soltó mi mano y me miró como se mira un indigente que se cruza en el camino de un lustrosa dama. Patrañas-pensé. Caminamos casi por dos horas sin poder conversar como dos personas de esa edad.

Tropezamos con un incauto y febril caballero que recitaba versos de Sabines. Me aventuré a corregir en un par de ocasiones. Señalé su torpeza en la interpretación y su pésima memoria. Después me di cuenta que me comporté como un imbécil. no, la verdad, nunca pensé eso. Ella, lejos de sorprenderse con mi fanfarronería, se molestó. Me lanzó un par injurias que esquivé con versos de Mirón y de Parra. Sin duda era un imbécil. No, creo que sólo tenía esa edad.


Llegamos al café cerca de aquella iglesia. Ella se sentó lo más distante de mí. Pidió un té de limón, mietras yo, como hasta ahora, sólo pedí un americano. Una, dos, tres cucharadas de azucar le puso a su bebida. Yo, como hasta ahora, sólo metí la cuchara. Le pregunté si volvería, la intenté en gatuzar con lo de siempre, improvisé unos versos, le conté la historia de amor más hermosa del mundo (eso pensaba), intenté besarla. No me dejó. Tomó mi mano y la puso en la mesa. Tomé su mano y la puse en mi cara. Tomó su bolsa y salió. Salí tras ella, regresé a pagar la cuenta. La alcancé cerca de la entrada a la iglesia. Le enseñé mi cuaderno lleno de sangre. todo lo que las últimas noches había escrito. Quedose con el cuaderno de hojas recicladas, me abrazó y me pidió que la llevara a su casa.


Esa fue la tarde de esa noche. Llegando a casa, puse un disco, el mismo de todas las tardes, el que ponía esas noches a esa edad. Me saqué de un sólo golpe la playera y el paliacate. Me recosté en la cama. Me quité las botas. Maldije su nombre un par de veces. Maldije el mío. Sacudía el carmín de mis esperanzas de la cabeza, fijé mi atención en la primera franja de pintura verde que corría por la pared de mi cuarto. Sonreí. El frío de las noches de Otoño es como el filo de un naipe. Cortaba la piel. Ese fue el mejor pretexto. El frío. El filo. Bajé las escaleras, escudriñé las gabetas de aquella casa anciana. No encontré nada. La luz de esa inmensa fogata inundaban mis pupilas y las ilustraban de color carmesí.


Subí de nuevo. Me senté y prendí un cigarro. miré, miré miré miré miré miré la falda verde esa gitana risueña que se tendía en el techo de mi cuarto. Sentía su mirada profunda sobre la desnudez de mis poros. Sus manos frías recorriendo mis piernas, sus uñas largas desemarañando los vellos de mi pecho. Mingus sonaba como nunca, su Moenin era una música concreta que se estrellaba en la pared y levantaba la falda a esa andulza mujerzuela. Esa que se parecía a ELLA.


Entró mi madre. Miró el carmín de mis labios y de mis ojos.


horas después limpió el carmín del suelo.


Y regresé a la calle, con la peil lastimada por el frío, con una vendoleta, con un libro, con un cigarro y con sabor a pandero entre sien y madre. Salí y me fumé un "cigarro" con gente de esa edad.


Ahora ya no me junto con gente de esa edad. Quizá ya no existe gente así, quizá esa edad jamás pasó. La gitana no volvió. Aún no termino a Baudelaire.


Ahora leeo a Elizondo, fumo Camels, corté mi cabello, ya no pienso en ELLA, sino en ELLA. ELLA me quiere, ELLA no se ha ido. Ahora escribo en el blog y no en hojas recicladas. ahora tengo esta edad. Dentro de unos años dudaré de todo esto.