miércoles, 23 de julio de 2008

El doctor Elizondo, el profesor Moriarty y el doctor Kristalo

Podemos confiar en nuestros científicos porque nos ayudan a encontrar el camino a través de la distancia cercana;
pero para el más largo trecho del futuro habremos de depender de los poetas.

Tendremos que aprender a interrogarles más estrictamente ya escuchar con más cuidado.

Un poeta es, después de todo, una especie de científico,

pero dedicado a una ciencia como la literatura en la que anda es mesurable.
Lewis Tom

Jamás me había ocurrido y menos con Salvador. Decidir los temas, de esta presentación, el de mi tesis, el de algún artículo. Nunca me había pasado. Ahora, que leo de nuevo algunos cuentos vuelvo a la idea que siempre me persigue. El hambre de inmortalidad, esa sed de permanecer eterno. De detener el tiempo, y no dejar que avance con su bastedad y con su olvido.
Miguel de Unamuno decía en Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, es deber “adentrarme en la totalidad de las cosas visibles, extenderme a lo limitado del espacio y prolongarme a los inacabable del tiempo", adentrarse sí, para constituirse en las perturbaciones que se generan en “los demás”. Sigue Unamuno, “Es el desenfrenado amor a la vida, el amor que la quiere inacabable, lo que más suele empujar al ansia de la muerte”. Borges habla de la eternidad: “…empezaré por recordar las oscuridades inherentes al tiempo, misterio metafísico natural, que debe preceder a la eternidad, que es hija de los hombres”. Alquié nos dice que la eternidad es el tiempo que aprehende el tiempo, un tiempo de tiempos. Sin embargo, Elizondo no se vale de artilugios para maniobrar en la eternidad y en lo infinito. Es a través de lenguaje, de poesía, de literatura, y sorpresivamente, de ciencia. Sí, de Ciencia.
Elizondo, en su autobiografía, publicada en 1966, nos dice que durante la filmación de su película, entró en contacto las imágenes “que representaban el extraño mundo científico el siglo diecinueve” le gustaban, “no tanto por su cientificismo entusiasta, sino por los caracteres extrañamente mágicos que se veían aparecer en esos grabados nítidos y tortuosos que ilustraban las revistas científicas de la época”. Elizondo relaciona las formas y diseños de la amputación y de la anatomía con algo mágico, una especie de iconografía asida al mundo de los símbolos chinos. A partir de ahí, la amputación se volvió tema central de su primera novela, Farabeuf, y un a obsesión que marcará toda su obra. Pero no sólo la anatomía y la medicina llamaron la atención de Elizondo, sin duda, la tecnología y sus posibles avances, así como la ciencia ficción, formaron en el escritor un horizonte donde se pueden trazar muchas directrices.
Volvamos a su autobiografía. Elizondo asegura que
el poeta, o es un hombre que se enfrenta a la eternidad momentáneamente, en cuyo caso vive o concreta, mediante el lenguaje, imágenes o sensaciones, o bien eterniza el instante viviendo las imágenes o las sensaciones, o bien eterniza el instante viviendo las imágenes olas sensaciones en el lenguaje
En otro momento de la autobiografía anuncia que “al final de cuentas, como escritor, me he convertido en fotógrafo; […] Creo que, después de todo, que la insinceridad, que es la emulsión sobre la que esas imágenes se eternizan […]” Existe de manera declarada una obsesión por eternizar la imagen. Por detener, a través del lenguaje, el paso del tiempo. El lenguaje como un catalizador que se resuelve así mismo, pero que en él, y a través de él, se consigue la eternidad. Ya lo mencionó el bueno de Unamuno, el lenguaje es la única forma de extendernos y prolongarnos en lo inacabable del tiempo, volvernos un tiempo con todos los tiempos. La eternidad es hija del hombre nos dice Borges, es la creación del ser humano, como el lenguaje.
En Farabeuf, se asegura que “la fotografía es un recurso para alcanzar la inmortalidad”. En el periódico unomásuno, en 1977, también declararía que “la fotografía es en el tiempo lo que la geometría es en el espacio y la poesía, en cualquiera de sus expresiones, en el lenguaje: lo más cerca que podemos llegar a la verdad”. La fotografía, porque detiene el tiempo, lo vuelve estático en un instante. La geometría porque mide con una ambigua precisión, y la poesía porque es el empleo de las palabras en su más puro significado, en su sonido, en su forma, escansiada o no, la poesía es producto de una conciencia del lenguaje. De nuevo, Elizondo nos plantea mundos paralelos, casi simétricos entre la poesía y la ciencia.
¿Pero, todo esto qué tiene que ver con la ciencia? Elizondo en un poema nos anuncia, con ironía y cierta malicia, esta relación


I
Si una o varias fuerzas obran/ sobre su cuerpo a la vez/ guardarás el equilibrio/ aplicando al mismo punto/ una fuerza equivalente/ pero en sentido contrario.
II
Si varias fueras se aplican/ a un mismo punto del cuerpo/ en direcciones opuestas/ guardarán el equilibrio/ aunque pierdan el sentido.
III
Si el cuerpo está en equilibrio/ lo conserva aunque le apliquen/ otras fuerzas que a su vez/ se equilibran entre sí.


Obviamente, si hacemos una descripción gráfica de este poema, resultaría un sistema vectorial en una línea en el centro, que según las fuerzas, declina sobre un costado, sin embargo, el equilibrio interno, que da solides a la vida, es inquebrantable, y ninguna vector, por más doble que venga, podrá sacar de su perfecto centro tantas cosas.
En “Grünewalda o una fábula del infinito” (El retrato de zoe y otras mentiras, 1969). Elizondo se apoya en el método matemático algebraico para contextualizar y resolver los conflictos del cuento. Desde el principio, en el epígrafe de Bertrand Russell nos anuncia que “las matemáticas usan una noción que no constituye la de las proposiciones que la consideran. De tal suerte, la nombramos la noción de verdad.” En todo el cuento aparecen vértices y aristas que nos explican la relación entre la geometría y la gramática, entre lo infinito-fractálico y lo eterno-filosófico. Uno de los personajes que aparecen es el Doctor Kristalo y su laboratorio quirúrgico-matemático, este personaje interviene, quirúrgicamente a Grünewalda para que el tiempo no sólo que no pasara pro ella, para mantenerla joven, eterna, sino para que los que ya pasaron por ella y dejaron sus ineluctables marcas, desaparezcan. Pero, el narrador pregunta “¿cómo puede se posible? Sólo en el mundo de los números que es el mundo significante de este mundo significado por ellos.”. El doctor Kristalo manipula el tiempo, lo detiene, lo congela, a través de un proceso matemático y quirúrgico que, en el cuento, otro profesor se encarga de explicar a través de un sistema de sustitución algebraica. Elizondo, a través de un doctor, detiene el tiempo, pero condena a Grünewalda, que no sólo pierde el amor de su amante, ya que, a pesar de mantenerse joven, se mantiene fría, congelada, inmutable. Elizondo advierte que la manipulación del tiempo, del viaje hasta sus entrañas es una empresa que requiere no sólo del avenamiento del científico, sino del escritor que pueda, a través del lenguaje, y en el caso de este cuento, de los números que sirven para dilucidar formas geométricas, someter al tiempo y ponerlo detrás del cristal. ¿El doctor Kristalo era un poeta?, al menos encontró, como dice el narrador, la conjunción entre la Geometría y la Gramática. Además, el experimento-operación al que es sometida el personaje principal, pone en relieve el papel de lo imposible, y el imposible, en relación con en el infinito, según el narrador, es olvido. Y el olvido es más tenaz que la memoria, nos decía el Dr. Farabeuf. Tan tenaz que nos obliga, a través de la escritura a delinear nuestros recuerdos, como el mar moldea los contornos de la orilla.
Existe otro cuento que también nos ejemplifica con claridad esta obsesión de detener y congelar y manipular el tiempo. “La luz que regresa” (Camera lucida, 1988). En este texto aparece otro científico, otro profesor o doctor, el profesor Moriarty. Este científico, a la usanza de los viajes en el tiempo de la ciencia ficción, inventa un aparato diferente: la cámara de Moriarty o cronostatoscopio.
Camera Lucida es, quizá, el volumen donde mejor se muestra esta dicotomía Literatura-Ciencia. La relación entre la escritura como un experimento que nos permite alcanzar la inmortalidad y los artilugios tecnológicos y científicos que los personajes de Elizondo inventan para postergar la muerte, para manipular el tiempo.
En “La luz que regresa”, Moriarty, inventor de la cámara de Moriarty, explica la función de su máquina. Nos dice que "El tiempo es un sistema de cintas que corren en diversas direcciones y diferentes velocidades... es posible mediante mi invento pasar de una a otra, aumentar o disminuir su velocidad, detener su marcha, regresar su curso...", todo esto con electrones y iodos antitiempo. Cuando describen la máquina de Moriarty nos dicen que es un “enorme paralelogramo translúcido”. Moriarty, para demostrar que su invento funciona, hace un ejercicio de prueba "Guiándonos por la luz del cometa que apareció en aquellos días y del que hablan todos los historiadores, intentaremos retroceder dos mil cuarenta y un años hasta tal fecha como la de hoy, los idus de marzo, del año 44 antes de Cristo...". Para intentar detener el terrible asesinato de Julio César. Cuando la máquina comienza a funcionar, Moriarty le dice a sus espectadores: “Et nem at nel yum or ep od da sap le ai ca ach ram ne enop es ay” De nuevo el lenguaje es el que guía y manipula el tiempo, lo detiene y lo corre hacia atrás. Observaron todos la terrible infamia con Julio César. EL profesor Moriarty decide intervenir en la historia, llegar, como personaje, al pasado. Un presente que irrumpe un pasado. Sin embargo, como nos dice en un principio, es más fácil prever el destino que escapar de él. Moriarty, nos dice el narrador, murió sin poder viajar al futuro. El narrador, de manera socarrona, nos dice que todo esto ocurrió en los años noventa, el libro lo están leyendo en los años ochenta. El viaje en el tiempo y el lenguaje, aquí, cumplen con el mismo proceso de eternización. La escritura condensa el tiempo, presenta pasado y futuro, todos los tiempos el tiempo. Y el viaje, como lo anuncia Unamuno, es la manera de prolongarse en el tiempo, ir y venir, detenerlo, incluso.
Elizondo, quizá el único eterno de los escritores mexicanos no está preocupado por la vacilación de los problemas locales, ni por la antelación de los pueriles cortes de la novela tradicional que experimentan los compañeros de generación. Elizonodo, como Borges, como Joyce, como Beckett, como Proust, está pensado en el tiempo, en la memoria que lo guarda y en la escritura que lo vuelve inmortal. Es un científico de la palabra, un loco como Moriarty, como Kristalo. El escritor que experimenta con el signo como si se tratara de la fórmula alquimista más preciada. Sin duda, la vocación de crearse, de nombrarse y de hacerse aparecer en sus textos como escritor, científico y profesor, no es más que una manera de lograr evadir el paso del tiempo, quedar para siempre, no entre formol y partículas, sino entre tinta y papel.

lunes, 21 de julio de 2008

Homenaje a Salvador Elizondo en la UAM-I



Miércoles 23 de junio, en la sala Manuel Sandoval Vallarta, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, a las 16:00 hrs.

Presentación de la película
Apocalipsis 1900 (1965),
de Salvador Elizondo y Luís Buñuel



También el documental
El extraño experimento del profesor Elizondo (2007),
de Gerardo Villegas



Ponentes

Dra. Luz Elena Zamudio
Universidad Autónoma Metropolitana

Gerardo Villegas
Pleroma ediciones

Iván Hernández Tolentino
Universidad Autónoma Metropolitana

Efraín Amador López Ruiz
Universidad Autónoma Metropolitana

Manuel Edmundo Meza Coriche
Universidad Autónoma Metropolitana