sábado, 5 de diciembre de 2009

LTG

Coloquio "A 50 años del libro de texto gratuito". Mesas 5 y 8


 

México: ¿país plurilingüe?

Un coloquio que tiene la finalidad de censurar, a través del diálogo entre Estado e instituciones de investigación, la validez y pertinencia de los contenidos y métodos de los libros de texto, resulta más sospechoso que un talibán en Manhattan. Las investigaciones y análisis de los libros, al menos las ocho que escuché, adolecen de carácter crítico y se sustentan en la recolección de datos y en estudios cualitativos pequeños e incompletos. La espontaneidad del congreso es la causa de estos problemas. Las polémicas generadas por los paupérrimos libros de texto producidos en el marco de la vituperada Reforma Integral de la Educación Básica (rieb, pa' los cuates) son el origen de este coloquio. La comparación y la conciencia histórica son un pretexto que apunta hacia el "uso" de las instituciones de investigación.

Las mesas de trabajo que corresponden a este reporte no son la excepción de este mal. Las ponencias (todos presentadas en lindas diapositivas), por más críticas que aparentaron, se dedicaron a atacar las políticas de educación en el país, sin manifestar ni condenar a los responsables directos (autores y desarrolladores curriculares) de los problemas concretos y evidentes. Para muestra, citaré los puntos clave de las ponencias presentadas los días 11 y 12 de noviembre en el coloquio ya mencionado.

La primera ponencia de la mesa 5, la de Cecilia Graves, "Libros de texto gratuitos en lenguas indígenas. Una mirada desde la realidad de las aula" tenía un eje rector: analizar los aspectos culturales que aparecían en los libros de texto gratuitos en lenguas indígenas. Éstos, los de 1994, se elaboraban a partir de las características de cada variante o región dialectal, por ejemplo, había un libro para las comunidades nahuas en Guerrero y otro para las comunidades nahuas en Puebla y el Estado de México. Los elementos que aparecían como muestra del tipo de vida, costumbre, actividad económica, y los respectivos sincretismos religiosos, desaparecieron, ahora, con los libros de la "brillante" reforma, sólo hay un texto único que se traduce en las diferentes lenguas y sólo en pocas variantes. Además, señala con un dedo inquisidor la nula preparación del magisterio en materia bilingüe, ya que los maestros, según la investigadora del Colmex, no están capacitados para hablar en dos variantes distintas, y muchos menos para enseñar la lengua de manera correcta.

A pesar de demostrar los problemas con citas textuales, Graves culpa de manera categórica al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, a sus vicios y malos manejos en la distribución de plazas y demás injurias que bien pudo haber leído de alguna plana de El Universal. Graves, como sus compañeros de mesa, se desvía por los enemigos comunes del estado y las instituciones: el sindicalismo recalcitrante. Qué fácil.

Siguió, quizá con más expectativa, Sylvia Schmelkes y su ponencia "Los libros de texto gratuitos en lenguas indígenas", la doctora de la Universidad Iberoamericana asegura, o al menos eso decían sus diapositivas, que el elemento innovador de enseñar alguna lengua indígena es enseñar en la lengua indígena, respetando las variantes dialectales. Cosa que, como mencionó Graves, ya desapareció. Sin embargo, Schmelkes apunta una directriz importante: los nuevos libros, además de adolecer de identidad regional, tienen problemas editoriales, propios de ediciones marginales que no tienen una supervisión directa de editores en la lengua. Además, las lenguas indígenas, gracias a la cantidad de variantes, carecen de gramáticas y ortografías oficiales, los maestros deciden, a través de un análisis de la pragmática, como escribir sus variantes. Schmelkes dirigió su ponencia a la exposición de los problemas, pero no a la solución ni a las propuestas. Sus aportaciones en el campo de la estadística son excelentes (a pesar de confesar que le costó "mucho trabajo entrevistar a niños indígenas"), pero culpar a las políticas de educación (además de demostrar nuestro moralismo trasnochado), es un síntoma que llevábamos cincuenta años padeciendo.

La tercera ponencia, la de Palemón, "Mi experiencia como maestro bilingüe con el uso de los libros de texto gratuitos en náhualt" fue la más interesante. El maestro de escuela en lengua indígena narró las vicisitudes que sufrió cuando se encontró en una tierra lejos de la suya y con un náhuatl distinto al que mamó en casa. Demostró, con ejemplos claros, que la diversidad dialectal es un motivo de pertinente reflexión. No sólo con la elaboración de los libros, sino en el diseño del programa y en la ausente formación de los profesores: "no pueden enfrentarse a este tipo de problemas [las diferencias en las variantes de la lengua]". A pesar de que el profesor de Chilapa, Guerrero, aseguró que no existe una veta en la educación en México que subsane estos problemas, aseguró que los problemas tienen una solución que rebasa a las autoridades, los maestros deben ser el eje comunicante entre el niño y el conocimiento. La ausencia de criterios claros es insubsanable, pero, como aseguró Palemón, no es sólo culpa de las políticas de educación sino de los hablantes y su ensimismamiento: "la familia no permite que los alumnos aprendan en otra variante que no sea la propia, no por generar problemas de comunicación sino por identidad e integración". Los maestros, figuras proféticas (si no, pregúntenle a los muchachos del Conafe, que manda a profesores a las comunidades más marginadas a dar las provechosas y brillantes clases multigrado) forman sus propias reglas, ya no sólo en el uso (de hecho, creo que ya no hay un uso correcto de alguna lengua indígena) sino en la familiarización y la integración de la lengua indígena en la cultura occidental: la división silábica asociada a la pronunciación, la acentuación y el uso de tildes. La unidad lingüística es "latente" no evidente, el discurso de Palemón fue claro en demostrar que el problema está más allá de la buena hechura de los libros, de los sistemas políticos de educación y de la desarticulación de la rieb, el problema: la identidad y la pertenencia, es profundo y aún no ha tocado fondo.

La última ponencia de esa mesa, una coladita, fue la de Margarita Peón Zapata: "Impacto de la evaluación educativa en los enfoques, programas de estudio y materiales educativos de la Reforma Curricular". Como buena estadista, su ponencia estuvo "atascada" de datos y cifras que, si no supiera que pertenece al inne, pensaría que las sacó de internet (de Wikipedia). Pero lo más interesante de su ponencia fue el ataque flagrante hacia los libros de Español de primer y sexto grados.

La Dirección Editorial ha dicho hasta el cansancio que los libros de Español (y de otras materias) tienen los suficientes problemas como para competir por la "Frambuesa de oro" de la Caniem, no sólo por los terribles problemas de contenido y el desconocimiento por parte de los autores de las verdaderas condiciones de los niños de primer y sexto grados, sino por la exigencia garrafal, la ignorancia brutal y la terrible coordinación que existe entre los desarrolladores del currículo y los autores. (¿Acaso no existe un elemento que integre y se dedique a analizar las sugerencias [alocadas e igualmente infames] del programa en relación con los libros?) Los niños de primer grado, según el programa de preescolar de 2004, no saben leer ni escribir, sin embargo en el libro de Español de primero ya lo azuzan con sendas páginas del "Conoce tu libro". Las definiciones del libro de sexto están incompletas, son deficientes y ocurren en lugares comunes. Todos estos males, citados por Peón Zapata, la Dirección Editorial los identificó y se quedaron en la salita de espera, esperando que "la revolución les haga justicia".

El español: ¿asignatura, enseñanza o aprendizaje?

Esta mesa, además de todos los problemas que cita y a los que acude, tiene uno grave: el título. El título carece de unidad reflexiva, es decir, la pregunta retórica no forma una ligazón entre cada elemento: asignatura, enseñanza y aprendizaje. La lengua o mejor dicho: el correcto uso de la norma, o como le gusta decir a Rebeca Barriga, el uso apegado a la norma del español, se aprende en una asignatura, donde el enseñanza va de la mano del aprendizaje, es decir, a través de las unidades enseñanza-aprendizaje (modelo que utiliza la grande, victoriosa y alma mater de los próximos intelectuales del país: Universidad Autónoma Metropolitana) en las que el constructivismo dicta las dimensiones y los alumnos generan el conocimiento a partir de deducciones, inferencias y demás actos detectivescos.

La discusión, en el caso de español, requiere de lingüistas acuciosos, especialistas en la enseñanza de la lengua e investigadores que resuelvan el conflicto de los modos y formas correctos de enseñar a hablar (comunicación y convivencia) y a escribir, correctamente. Sin embargo, la mesa tuvo de todo menos eso. Rebeca Barriga, organizadora del evento y conocedora del problema de la enseñanza del español en México, en "¿Cómo ha vivido (o sobrevivido) el español en los libros de texto gratuitos?", analiza, a partir de comparaciones textuales (propias de la ecdótica más retorcida) los avances y retrocesos de los libros. Su comparación fue muy básica: los libros "de la patria" no tenían tantas instrucciones y los últimos libros abusan en el tamaño de éstas. Rebeca asegura que con los libros "de la patria" el alumno sí aprendía a leer y a escribir correctamente, y no porque sea un síntoma visible en la cultura de este país, sino porque a los padres de familia de hace veinte años así le parecía (sic). Los nuevos libros, según Rebeca, "tienen mucho texto". El diagnóstico que prevalece es ese: "mucho texto".

Rebeca Barriga, cursi y nostálgica, recuerda cómo aprendió el uso correcto del español, recuerda los problemas que tuvieron los niños de aquella época (y los de las diferentes reformas) con los nuevos libros; aseguró que todos los libros son perfectibles y que, como dice Pablo Latapí, "el libro que satisface todas las expectativas está por escribirse", sin embargo, repetidamente cae en el juego del coloquio (evidentemente, ella es la organizadora) la crítica hueca, despechada y sin contrapropuestas.

La siguiente ponencia, "¿Cómo enseñar mejor la lengua nacional o el español?" la más pintoresca, la dictó, platicó y narró la maestra Ana Elisa Godoy Gudiño. Aún no entiendo el porqué de la ponencia: una directora de escuela primaria (la tres veces H, "Melchor Ocampo") en la que coexisten alumnos en lenguas indígenas, alumnos provenientes de algún orfanato y otras "especies" de alumnos que, según la maestra Ana Elisa, pueden convivir de manera armónica en la misma escuela. No lo dudo. Lo que sí dudo es la pertinencia de todos esos comentarios, sí, es claro que en una escuela con una fauna estudiantil tan vasta es difícil impartir de forma adecuada las clases; por ejemplo, los alumnos que necesitan aprender en lengua indígena y en español no tienen un maestro. La maestra Godoy aseguró que sus alumnos se marchan a sus ferias patronales y no vuelven sino tres semanas después (¿y las clases? ¿y la problemática por la falta de profesores?).

La maestra Godoy contó acerca de su pasado magisterial, de los problemas que sorteó cuando impartió clases en un colegio católico, de los libros "de la patria" que se guardaban en bodegas y que nunca llegaban a los niños (como los Libros del Rincón). En fin, su ponencia nunca llegó a buen puerto, o quizá sí, sólo cuando ofreció un empleo (sin pago, claro) a algún profesor bilingüe. Las otras dos ponencias, además de ponernos al día en materia tecnológica, disertaron sin mayor pena ni gloria acerca de las tecnologías de la información y la comunicación, las tic. Las evaluaciones de materiales multimedia (Enciclomedia, específicamente), las virtudes y desventajas de un programa de grandes vuelos que no se aprovecha al máximo, sobre todo si consideramos los problemas culturales y políticos que acuden en la política de este país.

El fracaso de la enseñanza de la lengua se transforma en el fracaso de la historia. En el fracaso de la cultura. Pablo Shostakovsky, asegura que

las particularidades propias de la mentalidad y del temperamento de cada pueblo se expresan con gran relieve en su idioma. Esto es tan cierto que el pueblo ruso, antiguamente, identificaba la noción de idioma con la de pueblo, expresándolas por medio de una misma palabra: yazík: lengua.

Con las lenguas indígenas ocurre algo similar; la variante dialectal delimita las costumbres y define la cultura de la zona donde se habla, por ello, la enseñanza de la lengua (español o tseltal, tojolobal, rarámuri, etcétera) es la pieza clave para encontrar una respuesta a la más cursi de las preguntas: ¿qué significa ser mexicano?

Para analizar el problema de la enseñanza del español tenemos 3 niveles: 1) los libros y el desarrollo curricular, que sabemos tienen problemas serios. 2) La docencia, la falta de preparación y de formación continua, para muestra, la maestra Godoy. Su dispersión, su uso tan "despegado de la norma del español" (como diría Rebeca Barriga), la vacuidad de su discurso, entre otras fallas; y 3) las instituciones que norman y rigen las investigaciones acerca de la enseñanza del español, por ejemplo, las "valiosas" aportaciones de Rebeca Barriga. Los tres niveles adolecen terriblemente de carácter crítico, al menos eso demostraron en el coloquio. Nadie observó, por ejemplo, el problema más recurrente de los libros, el desapego total a las prácticas sociales de la lengua, ésta no es una herramienta, sino lo que nos define. Ningún ponente ni ningún autor se detuvieron a reflexionar sobre el vacío que existe entre la lengua y el alumno, entre el contexto y la información (olvidemos a Jakobson) que hacen los autores de estos y de los libros anteriores (de la reforma del 93).

martes, 29 de septiembre de 2009

Infortunios y despedidas

La nube rozó la mejilla del esclavo y éste se convirtió en polvo, polvo enamorado, eso quise ser yo, salir ileso de las malintencionadas garras del triunfo-fracaso. Pero no pude, entré en él como se entra a una casa incendiada, ofuscada por las llamas, que al final parece derrumbarse.
Llevo algunas semanas con una sensación tan extraña e inusual que no he podido dicernir si es eso: una sensación, o sólo un malestar, síntoma de la crisis o de la influenza.
Los días no se detienen y no he podido razonar a cabalidad lo que pasa. Subo fotos a mi facebook, le hablo a los viejos amigos, converso, me pone triste caminar, leo los viejos poemas, escucho las mismas canciones. Un amigo me dijo que se eso se llama nostalgia; a lo que respondí: "nostalgia de la muerte, sólo los putos", nada inteligente, pero me sacó una sonrisa.
En greigo, "regreso" se dice nostos, algos, significa "sufrimiento". Entonces, "nostalgia" es el sufrimiento por no poder volver, por la tierra madre de la que nos hemos despegado y por infortunia bucólica no volveremos.Eso es lo que siento, eso es lo que me produce tanta distracción en el trabajo, eso me quita el sueño con reticencia. Me ha invadido una triste leve, saudade, como en los campos de cebollas.

Fueron tres años de conocer, de caminar, de pasear por todo el país con la exclusiva empresa de reconocerme en otros rostros. Conocí muchas personas, muchos rostros es lo que aún no me identifico. Algunos son mis amigos, otros no sé dónde están ni si viven ni si quiera sé si me importa. Así pasa mi vida, "delante de la luz cantan los pájaros" y nunca me entero. A mis amigos, les dedico mi tiempo, mis lladas, mis entradas, a los demás, sólo les dedico ésta.

La primera estación fue hace tres años: noviembre de 2006. Guadalajara. La gente con la que viajé fue la indicada par iniciarme en el extraño arte de convivir con estudiosos de la literatura. mis amigos, dos, se portaron a todo dar conmigo, compartieron su tiempo y su espacio conmigo. Bebí con desesperación y asalté las buenas conciencias. Ahí conocí a las personas que guiarían mi curso congresero durante los siguientes 30 meses. Volví sin un quinto, con la miseria entre los dientes y con una sensación de fracaso que no cabía en la maleta.
Mi regreso a la universidad fue extraño, como si mis pies me jugarán la peor de las bromas y empezaran a despegarse del suelo. A subir, subir, subir, subir...hasta que mi cabeza tocó la punta más alta de la cúpula. Pasaron los meses y mi currículum se llenó de proyectos, de inquietudes. Quizá el congreso de Marzo de 2007 fue lo que me motivó a hacer lo que hice: organizar uno, quizá pequéño, pero fue el comienzo de una carrera que me trajo incendios fortuitos.
Cada año, la última generación de la licenciatura en letras hispánicas organiza un congreso interno,uno sin más miras que conocer los trabajos de otros compañeros y escuchar ponencias escritas por los profesores, esas que por tiempo o bulia, no dicen en sus clases. Ese verano nos tocó. Las cosas salieron a pedir de boca, quizá el tiempo fue el único complice de nuestros detractores, pero durante cinco días, bebimos, leímos, platicamos y conocimos gente poca madre, el único congreso que ha reunido tanta banda de otras universidades. En fin, esas vanalidades no fueron el asutno más importante durante esa semana. Estar con mis amigos, organizarlo entre cuates que, con todo y peleas, al final nos dimos el mejor de los abrazos. Eso fue lo mejor.
Pasaron los meses y llegué a la ciudad que hizo de mis veranos y de mis borracheras los mejores momentos de esos tres años: Guanajuato. La ciudad de mis mejores fiestas. De los poetas viejos, de los nuevos amigos, de la vetusta condición del diletante que no se rinde.
Después vinieron más congresos, muchos más. Hasta octubre del año pasado.
Tenía un nuevo trabajo, uno bueno. Mi tolerancia al alcohol era la de un pirata español y mi espíritu estaba tranquilo, aburrido y anodino. Llegó el día que esperamos casi dos años, la Ciudad tendría la palabra...sólo dijo mentiras, y cuando no, balbuceaba como un bebé. Todas las ciudades son así, al menos las importantes. Así pasaron las geografías congreseras, la manía por juntar a los futuros intelectuales y editores de este país.Descubrí que el amor por la ciudad sólo es la sinécdoque del amor por la persona, viajé y me enamoré, me desanamoré me convertí en judío converso, en cristiano viejo y musulmán.

Cada congreso tiene un abánico de anécdotas, gente que muere por no saber que la vitud más grande de un alumno de literatura es su silencio. Con golpes aprendí la lección, con sudor y mutis. Algunas noches pienso en regresar a cada ciudad y encontrar a la misma gente, perderme con ellos, en las noches en las madrugadas, entre sábanas y hojas de maguey; pero nunca vuelvo ni volveré, por que "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".

Así sólo me quedo con fotos, hojas impresas, firmas en papeles, gafetes y un sabor a podrido entre líneas. Dejo el mundo del cabaret literario, el de la comicidad de los versos, el de la mujer alivianada. Sé muy bien que los que siguen gozarán lo mismo y sufrirán más porque, a pesar de todo, tuve la fortuna de encontrarme con gente honesta, inteligente, acuciosa y avispada, a ellos me los llevo y les auguro el peor de los futuros: el éxito.

Gracias, sé que me extrañarán.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Primer amor

Nunca había pensado tanto en un adecuado principio de texto. Nunca hablar de ella me había costado trabajo. Pero hoy no encuentro el punto preciso para empezar. Ni siquiera sé si quiero hacerlo. No debería. No sé si debo comenzar contando la historia que vivimos hace ya casi 8 años, o por nuestro triángulo amoroso: ella, yo y la soledad; o por la música que me recuerda su nombre, o por la elegía que escribo aún, o por la canción que me enseñó su cuerpo…no sé por dónde empezar: ¿por el día en que me dijo “no vuelvas más”, o el día que le pedí que me ayudara a conseguir algo de “eso” que me consumía infatigablemente? Quizá deba ir al grano.
La encontré un viernes, la encontré feliz, risueña, como siempre. Dibujadas seguían las depresiones de sus mejillas, tan profundas que ya no recordaba el fondo. Su cuerpo aún baila con ingravidez y sus piernas cada vez son más largas, más eternas, más inalcanzables. Lo único que perdió fue su perfume, su hedor de princesa, de casa limpia, de amor correspondido.
Iba con él. No muy alto, mestizo, ojos miel, barba descuidada y angustia en la espalda. Se besaban, religiosamente, cada dos palabras. Sus manos paseaban con tanta libertad por el cuerpo del otro que no pude resistir la tentación de mirar. Los miré tanto.
Él le susurraba al oído fragmentos de canciones amorosas, melosas e incomprensibles. Ella lo abrazaba sin reparos, esperaba que la noche los llevara a algún lecho solitario. A mí me angustiaba el recuerdo, pero fingía magistralmente mientras acariciaba la cintura de una chica. No pensaba acercarme y hablarle, pero fue inevitable.
— ¿Ya terminaste el libro de Bataille?
—No, aún no. He tenido otras cosas que hacer, no más importantes, pero sí más urgentes.
— Qué buena frase.
—Oye…
—Sí, dime
—Nada, nada…
Lo último que le dije fue: “está bien, yo las tomo”. Mientras ella posaba junto a sus amigas.
Toda la noche, puedo jurarlo, sentí su mirada. Como si escudriñara en mis palabras, buscaba que algún descuido llevará mis palabras hasta su nombre. La miré apenas y me miró. Le hablé, no me escuchó. Seguía bailando.
La vi caer junto a él en una colchoneta, cerca de una cama ocupada por otros dos amantes. Yo miraba desde afuera mientras insistía en llevarme a la chica de la cintura prodigiosa al otro cuarto. Espero que no sea la última vez que la vea.
Llevo varios días pensando en ella, buscando fotos, leyendo cartas. Sé que todo tiró, que no me lee, que no me busca, que jamás me piensa. No importa que una mujer siempre de pensamientos me olvide. No importa que una invención me retire su atención, al final del día podría inventar otra más, una más linda, más pura, una que sí apeste a amor correspondido.

martes, 28 de julio de 2009

El gladiador tranquilo (arte urbano)


Esta entrada, como alguna pasada, está dedicada al Johny, sé que él será el único que aprecie esta foto.

Una de las calles principales de Ecuador

jueves, 23 de julio de 2009

Lápida II

Los masoquistas son excelentes autobiógrafos.

martes, 30 de junio de 2009

Lápida






Sobre las cenizas de los astros, las no separadas de la familia, estaba acostado el pobre personaje, después de haber bebido la gota de nada que falta al mar.(El recipiente vacío -locura- ¿es todo lo que queda en el casrtillo?)Alejada la nada, queda el castillo de la pureza.

Stéphane Mallarmé

domingo, 7 de junio de 2009

Adiós, partí

No soy padre. Nunca lo fui, al menos. La sangre se agolpa en el cerebro como una medicina imprudente. Quisiera salir, salir corriendo y decirle a todos que hay sangre en mis manos, decirle a todos que yo tramé el suicidio del cisne, como diría José Cruz. Pero no puedo, me resigno al silencio y a todos los síntomas.

domingo, 10 de mayo de 2009

Espero





Esta entrada se la dedico a mi amigo Jonathan Gutiérrez Hibler

Hace casi quince años, durante la copa mundial de futbol, en EU, un niño se sentaba, por primera vez a ver el futbol. Esas cosas no se olvidan, no tan fácil olvidaré ese partido: Alemania vs Bolivia. El partido inaugural del torneo. Durante esas fechas, como durante todas las copas mundiales, el futbol local, en todos los países, se detiene. Sin embargo, ya casi para el final de campeonato que ganara Brasil, durante la semifinal, Italia contra España (justo en el juego que Luis Enrique, delantero de la escuadra roja, recibiera un codazo en la nariz) me decidí a cambiarle al canal. En algún canal de tv. local pasaban un partido de la Femexfut: Necaxa vs Atlante. El juego pintaba terrible para la escuadra del equipo del pueblo. El equipo rojiblanco le metió un baile (7-0) al blaugrana. Manuel Sol, Luis Hernández, Nicolás Navarro e Ivo Basay eran los nombres que resonarían en mi cabeza durante todo el mes.
Mi niñez la pasé en un puerto no muy grande, fueron los ocho años más importantes en mi vida, crecí, conocí y me decepcioné, como todos los niños, en un ambiente playero-panbolero. Arquero nato, jugué en varios equipos de la liga infantil de Huatulco. Todos con nombres de equipos nacionales : El Cruz Azul, Pumitas, América jr., menos los equipos institucionales: Colegio Chahue, Esc. Prim. Adolfo López Mateos, y otro que prefiero no recordar. En las tardes, si no estaba entrenando karate, futbol americano, o pánbol, me la pasaba cotorreando mis amigos del condominio. Todos tenían equipos predilectos. Chivas, como en todos los pueblos, era el que más adeptos tiene. Americanistas perdidos, cruzazulinos perdidos, pumas ignorantes y tuzos extraviados. Cuando tuve que decidir el mío, en mi cabeza resonaba un partido: Necaxa contra Atlante, 7-0 a favor de los rayos. Desde ese momento, el Necaxa se volvió mi equipo, el que, de una u otra forma, representaba las ilusiones y principales características de un niño que apenas sabía que Necaxa era una presa en Puebla.
Necaxa se volvió mi alimento, todos en la escuela hablaban de las virtudes de los jugadores de sus equipos, yo me pavoneaba hablando de Alex Darío Aguinaga, Ivo, Nicolás, Aspe, Peláez, Matador, Cuchillo, Chema, Ratón Zarate, Esquivel...Los años trajeron nuevos jugadores, jugadores que aportaban lo que los viejos en su momento. Necaxa, siempre fiel a su filosofía, nunca fue un equipo goleador, nunca se tiró a la meta rival como animales hambrientos (hambreados). El gladiador tranquilo.

Ver las glorias de mis rayos en el Azteca, un Azteca sin público, y cuando se llenaba eran finales o semifinales, era lo mejor, ver al Necaxa ganar con 5000 (estoy exagerando) personas en la tribuna, me llenaba el corazón de orgullo: "mi equipo no necesita ser popular para ser el mejor". Esa consigna siempre ha perseguido y acotado mis decisiones. El estadio Azteca nos vio coronarnos, nos vio perder finales, nos vio saborear los triunfos más gratos de la historia de los rayos, sin embargo, nos vio hundirnos, nos vio tirados en el suelo, pinchados por la mano de Caín.
EL Necaxa después de ser el mejor equipo de la década pasada, es el peor equipo de la década actual, con el matiz que sólo los grandes tienen. El color rojiblanco la sangre y la paz, guerra y paz, como una dicotomía que nadie comprende y que todos presumen conocer. Necaxa cayó y calló. Nadie es profeta en su tierra, dicen los abuelos. EL Necaxa no es de Aguascalientes, es de mi Ciudad, es chilango.

He conocido pocos necaxistas, todos, ahora, deben sentirse como yo. Deben sentir esa herida en el pecho, esa sensación de vacío.

Se fue le Necaxa, se fue a jugar contra Socio Águila, contra Dorados, contra Mérida. Esperando que dentro de un año, el Necaxa sea campeón de ese torneo y vuelva.


Necaxa, aquí te espero, como Penélope esperó a Ulises.

sábado, 28 de marzo de 2009

Armando Ramírez y Salvador Elizondo, axolote y salamandra de un mismo charco

Los críticos, especialistas, editores y estudiantes o estudiosos de las letras han creado hitos y monumentos de algunos escritores mexicanos. Halos de falso encantamiento y auras místicas que oscurecen su análisis. Motes como: “de culto”, “para iniciados” y demás anotaciones han hecho, incluso de generaciones completas, mitos enclaustrados en los solipsismos herméticos que han clausurado cualquier intento de interpretación, o peor aun, han cerrado cualquier vía de acercamiento. De este punto, particularizamos más. Existen, ya no autores, sino novelas, cuentos o poemas que son parte de la beatificación literaria de estos autores. No menosprecio la calidad de estos textos; la intención es reflexionar sobre las pequeñas capillas que hay dentro de la iglesia canónica consolidada por Bloom en la primera mitad del siglo XX. En la literatura mexicana, los beatos más adorados por el séquito de sibaritas son: Los Contemporáneos, la generación de Casa del Lago y los intratables escritores del, como los bautizara David Toscana, Fascismo mágico o la generación del crack. Hay muchos autores consolidados en los pilares de las tesis más avezadas de licenciatura y posgrado en universidades mexicanas, norteamericanas y europeas. La lista sería larga, y como en todas las listas pretensiosas, faltarían casi la mitad de los santones de las letras mexicanas.
Paz, Chumacero, Aridjis, Pacheco, Monsiváis, Zaid y Montes de Oca ya prepararon inmensas antologías de poesía (algunos ya lo hicieron con narrativa) donde, como justas olímpicas, reúnen, quizá con el más precario de los caprichos, a los que son, fueron y serán, los poetas que cargarán sobre sus espaldas el peso de la piedra de Sísifo, que algunos de los mencionados se han encargado de rodar por toda su carrera literaria. Desde el principio de la licenciatura, el alumno tendrá un cargo especial, una misión que cumplir: salvaguardar y proteger los intereses del canon académico. Respetar los estereotipos y oficiar, aunque sea como acólitos, algunas misas en honor y nombre de los santos patronos.
Mientras hay autores condenados a retablos, hay otros condenados a las ediciones económicas. Los marginales, los olvidados. Aquellos que con voz atávica se condenaban, al menos ante sus coetáneos a las orillas más sucias.
Hablaré de mi caso, por la incompetencia declarada de no poder hablar por los demás. “Confieso que he pecado”, le dije alguna vez a mis profesores de la universidad, “leí con vehemencia a Armando Ramírez”. Mi penitencia fue una franca mueca de desprecio que aún recuerdo, con la que me decían: “Pero no puedes hacer tu tesis de eso, busca un autor que haya sido estudiado por la crítica, ya que tendrás fuentes de consulta y un público que podrá leer y refutar, o alagar, tu trabajo terminal”. Jamás he sido un tipo que se jacte de su sensatez. Corrí con el “chisme” con otro profesor. Uno que, a pesar de ser un gran aficionado a la materia hagiográfica literaria, tiene entre sus más recónditos y escondidos placeres, el arrabal, el lumpen y el lunfardo: lo marginal. Un correo donde tachaba de “insensatos” a sus colegas fue la respuesta primera, para después ofrecer su ayuda con mi trabajo acerca del autor tepiteño.
Sin embargo, el destino es azaroso y funciona de modos que no siempre están al alcance de nuestros sentidos (menos del sentido común). Seguía en pie mi propuesta de análisis, hasta que llegué a un curso monográfico de literatura mexicana, cuyo corpus sería únicamente autores de la generación de medio siglo: Amparo Dávila, Inés Arredondo, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y por supuesto, Salvador Elizondo. Comenzamos con Árboles petrificados y Música concreta, ambos volúmenes de Amparo Dávila, la siguiente lectura fue Fin de semana de Melo, para después seguir con La señal, Río Subterráneo, de Inés Arredondo, y muchos y aleatorios cuentos de Ponce, Pacheco y Pitol. Para terminar el curso, las lecturas serían exclusivamente de textos de Salvador Elizondo, “El chato”: Farabeuf, El grafógrafo, Cámera lúcida y algunos ensayos de Teoría del infierno. La doctora que guió el curso amenazaba con ahínco en formar un grupo de tesistas que analizarían las novelas más importantes de la generación. Sin embargo, hacía una especial pausa en su mirada cuando pasaba frente a mí. Me confieso culpable. En alguna clase, mientras ojeábamos algunas revistas, me detuve en una fotografía de Amparo Dávila cuando ésta era joven y poseía unas piernas que ya quisiera cualquier decatlonista. Sugerí con una mirada que la mujer estaba “buenísima”, lo que no supe, hasta segundos después, fue que alcancé a susurrar: “Estaba hermosa”. La maestra me miró y con una voz que arrulladora me dijo: “¿verdad que sí?”. No pude más que sonreír y asentir con la cabeza.
Yo ya había leído a Elizondo para cuando comenzamos las clases dedicadas a él. Mis lecturas habían sido esporádicas y descuidadas, sin embargo ya estaba en mí (y en las marcas, rayas y demás enmiendas que había hecho de mis precarias ediciones de Farabeuf y El grafógrafo)la incertidumbre que un autor como “Elizhongos” produce en sus lectores. Ese fervor por seguir leyendo y de consumir hasta la última gota de cicuta que goteaba de cualquiera de sus textos. Elizondo, después de las lecturas en grupo y de las discusiones en clase, me había hipnotizado, había clavado en mí su escalpelo más agudo y diseccionó cualquier recuerdo o imagen que tuviera yo de literatura mexicana. Por más de dos años he leído, casi de manera exclusiva, a Elizondo. Además de leer el mundo de referencias literarias, filosóficas y esotéricas que encontraba en sus textos. Me enfermé de Elizondo. Todo lo que escribía venía de él y para él: Eternidad, erotismo, inmortalidad, autoreferencialidad, fractalidad, etcétera. Me consolidé como parroquiano fanático de la capilla de San Salvador Elizondo, renovador y sabio de las letras mexicanas. Conocía todo lo que se había dicho sobre él: fuentes hemerográficas, bibliográficas, páginas de internet, comentarios y ponencias en coloquios y simposios. Defendía con fidelidad islámica a Salvador. Pasó el tiempo y mi espíritu sigue consagrado a leer y estudiar a Salvador, no todo se ha dicho, hay partes inexploradas que exigen una revisión cuidadosa y minuciosa.
Armando Ramírez se agazapó en mi memoria como un delincuente que, perezoso y resignado, se había acostumbrado a estar aletargado en la oscuridad del olvido, al menos eso pensé hasta hace unos días. Me encontré en la disyuntiva de preparar un trabajo para un Encuentro de estudiantes de literatura en la Ciudad de México. La temática se me antojaba prescindible: literatura y ciudad. Sin embargo recordé que, escondido en algún tenebroso rincón estaba un pedacito —20-25 líneas—de investigación sobre un autor tepiteño. Comencé a leer las insipientes líneas, recordé la fascinación que me causó aquella novela, el fervor con el que devoré las 226 páginas de un libro que, sopesado en su contexto, la crítica olvidó por descuido o por voluntad del Cardenal-Monsibarita mayor.
Busqué la novela de entre mi librero que, no es por presumir, es enorme y está repleto. Junto a ella había tres novelas más y un libro de cuentos, todos firmados por un tipo horrible, con una sonrisa nefanda y unos dientes infames: Armando Ramírez. Yo buscaba una: La casa de los ajolotes, publicada en el año 2000, con el cobijo de una editorial nada despreciable y transnacional. La primera página de la novela tiene, quizá, quince o veinte anotaciones sobre la naturaleza de los epígrafes, todas eran mías. Empecé a hojearla, revisé mis anotaciones, todas circundaban un tema: los ajolotes y su problema de identidad. La cargué en la mochila un par de semanas. Hasta que se cumplieron dos lecturas minuciosas. Continué el trabajo, con cuidado y sin él, redacté un trabajo nada indigno pero tampoco brillante. Sobre el problema de la identidad del mexicano proyectado en la naturaleza de los ajolotes. Cuando ponía mis últimas líneas, recordé, casi de manera epifánica, un cuento de Salvador Elizondo: “Ambystoma tigrinum”. Elizondo parte de la naturaleza dicotómica del ajolote, para disertar sobre el proceso de cambio y adaptación de la salamandra: ambystoma tigrinum. Armando Ramírez parte de la misma idea, pero concluye lo contrario, no cambia a otra especie, sino que permanecen como ajolotes. A pesar de que la confusión que parte de la idea de que los ajolotes son larvas de salamandra tigre, ya han sido aclaradas, Ramírez y Elizondo no lo sabían cuando escribieron sendas narraciones .
Ambos narradores cambiaron mi perspectiva de la literatura, han sido paradigmas para mis lecturas. Pero son autores diametralmente opuestos. Elizondo representa el snob más cínico y descarado, es el escritor más alejado de la etiqueta de “mexicano” que tanto nos gusta y satisface. Mientras que Ramírez es el más certero de los escritores mexicanos consagrado a su barrio, a su país, comprometido con su lengua y los rasgos de oralidad propios de su terruño. ¿Cómo puedo tener en mi librero, juntos, cuarta con portada, la edición del 75º aniversario del Fondo de Cultura Económica de Farabeuf con la modesta edición de Grijalbo de Crónica de los chorrocientos mil días en el barrio de tepito? Quizá no sean tan diferentes. Si bien ambos representan una unidad independiente que congrega grupos muy distintos de lectores, hay en ambos la misma obsesión por renovar, inspirados por la marginación y la anorexia filosófica que sufrimos los lectores. Ramírez empleó el caos y el desorden por rebeldía, Elizondo, con la deliberación que le permite haber traducido muchos textos de Joyce. Ramírez sólo somete a sus personajes al erotismo, brutal y violento, Elizondo somete al erotismo a sus personajes brutales y violentos, descarnados.
Si fuera un poco menos fetichista me negaría rotundamente a contarles que Elizondo y Ramírez se conocieron. Que una fiesta organizada por Edmundo Valadés, Armando Ramírez, premiado por su cuento “Ratero” y con Chin chin el teporocho vendiéndose en las librerías, ufano llegaba a la fiesta. Mientras que Elizondo, premio Xavier Villaurrutia, recién llegado de Francia, con Bataille y Heidegger en la punta de lengua, llegaba a la fiesta con las mismas ganas de un niño cuando lo llevan a misa de domingo. Edmundo Valadés, más amigo de Ramírez que de Elizondo, los presentó. Ramírez se quedó con la mano estirada mientras que Elizondo se negaba a cruzar palabra con el autor de “tan detestable novela”. Sin saber que Armando leía con ahínco Ulisses de aquel Irlandés que tanto admiraba Elizondo. Ramírez nunca fue un tipo descuidado en sus lecturas, conocía a Proust, Joyce, Beckett y demás autores que Elizondo tuvo en un pedestal hasta el día de su muerte.
Ramírez nació en 1951, diecinueve años después que Elizondo. Ramírez publica su primera novela en 1971, Elizondo en 1965. Sus carreras literarias han sido cercanas en fechas. Ambos publicaron en el periódico Unomásuno, ambos tuvieron (Ramírez aún) una vida periodística de abundantes publicaciones. Paradigmas ambos de una generación de escritores. En 1982, Ramírez publica una de las novelas más importantes para la historia de la literatura mexicana: Noche de califas, mientras que un año después, Elizondo publica el volumen de cuentos más importantes en su biobibliografía: Camera Lucida. Mientras Elizondo termina prácticamente con su carrera cuentística, Armando Ramírez empieza una serie de novelas que, años más adelante, se convertirán en las más importantes del autor.
Algunos críticos, con la pedantería que les da no estar borrachos, aseguran que Pu, de Ramírez, publicada para 1977, es una novela “de culto”, ya que expone, de manera magistral, los problemas más ínfimos del individuo. La violencia es, sin duda, el punto que comparten con mayor insistencia ambos autores. Elizondo muere en 2006, Ramírez sigue andando por ahí buscando nuevos retos bibliográficos.
El ajolote mexicano es una especie innata, se crea en fulgor de las circunstancias. Con el calor, dicen los antiguos, se formaba una salamandra tigre, con la humedad, crecía como un ajolote, así, con dos patas y una corona que parece de espinas, condenado a la ignominia y dedo inquisidor que lo denota como extraño, horrible. Mientras la salamandra goza de la fama que le da su ambigüedad, del color casi elegante de sus escamas y el calor que emana, decían, los alquimistas.
Ramírez es el renacuajo que jamás se convirtió en salamandra y que representa ante el mundo la idiosincrasia de la literatura escrita en México, siempre diletante, rebuscada, ensimismada. Y Elizondo es esa elegante y fanfarrona salamandra que se regodea en lo más alto del charco, que irradia fuego, representa al escritor prodigio, fino, elegante y snob. Ambos par de batracios, capaces de tragar saliva y pinole al mismo tiempo… que se criaron en charcos distintos.

sábado, 14 de marzo de 2009

Mal viaje

Terminar de leer un libro es una condena deliciosa. La melancolía de la pérdida, traducida en sutil dolo, es el motor de los más avezados estudios críticos. Terminar una novela de Bolaño nos deja un sabor agridulce en la boca. Una sensación de desasosiego que pronto termina en alivio, por dejar de leer las tribulaciones de detectives proclives a los vicios o de policías persiguiendo ratas (literalmente).
Ataviados por la nostalgia, los críticos se han empecinado en escribir solemnes textos, críticas y altisonantes reseñas de sus novelas. Que poco, si no es que nada, dicen lector , más allá de lo que una experiencia de lectura básica pudiera arrojar. De sus recomendaciones—las de Bolaño—se han colgado voraces snobitas que pretenden crear un mundo bolañista donde todo lo que en él exista sea, como el caso de Maradona, por el favor del dios chileno de la literatura latinoamericana actual. Un mundo en el que la voz de bolaño crezca a través de un megáfono y sean pocos los elegidos para poderla interpretar. ¿Estamos, acaso, volviendo a la edad teocrática? Baricco estaría convencido de que sí.

Para bien o para mal, Bolaño está muerto. Dejó tras sí un estela que los lectores han sabido, los más avispados, descubrir sin el fervor hagiográfico. Vila-Matas, por ejemplo, acude a Bolaño para indagar en la obscenidad del mundo, en la mierda vida. El autor barcelonés, amigo cercano del chileno, siempre ponderó a Roberto como un escritor de calidad innegable, pero muy arrebatado para sostener una vida literaria impecable. A Bolaño poco le importó la pulcritud y la impecabilidad. Vila-Matas Asegura que Bolaño era un escritor de la multiplicidad¬, concepto tomado de Ítalo Calvino, que la literatura escrita por Bolaño se expande y extiende en las variaciones interpretativas y en las lecturas de lo latente, no sólo de le evidente.
Los críticos latinoamericanos avecindados en Estados Unidos , la mayoría, profesores en universidades gringas, se han encargado de construir panegíricos de la tristeza de Bolaño. En otor post pondré algunos nombres con los que me he topado. Con Vila-Matas pasa algo muy parecido: los críticos levantan las pezuñas de la mediocridad y comienzan a fraguar inmediatas críticas sobre la muerte de la literatura, sobre la muerte, casi inevitable, de la literariedad, al menos como la conocemos (pobre Lázaro Carreter). Mi queja es contra los abyectos posmodernos que leen entre líneas. Que declaran que la muerte del texto es inevitable, que los que aseguran que Bolaño odiaba Ciudad Juárez, los críticos que se cuelgan de la muerte de un escritor para formar una religión. Ni Goethe, después de perder la inmortalidad en un juego de faldas, dejó tal estela. Goethe funda el hombre moderno, Bolaño termino con él.
Villoro, Piglia, Saer, Vila-Matas, Bolaño, Murakami, Parra (Eduardo Antonio), Auster, Atxaga, Coronel y otras amenazas a las buenas conciencias invaden las librerías. Las ediciones más caras llevan sus nombres tatuados en las portadas. Algo debemos hacer.

viernes, 27 de febrero de 2009

Capricho XII. Distancia

No puedo prometer
[que te trataré como una reina
porque lo haría, mujer,
por unos meses.

De marzo a octubre
de 6-9
en las noches
cuando todos los gatos sean menos.

Después mujer, lo juro, serás como las otras.
Serás el nido golondrino
al que vuelvo después de emigrar
[a lechos más pacientes

Tendrás un boleto de exclusividad
para recostarte entre mis soledades
para batir tus noches entre mi recuerdo
y la nívea ternura de tus dedos
abandonados a su suerte, a la más miserable.

Serás mi mujer, si tú quieres, cuando cierre
todas las puertas que me estás abriendo

Por eso, mujer, no te prometo nada.


¿Te importaría volar desde tu dicha de porcelana?
¿Vendrías a pesar de ti misma?

Seré para ti si me amas aún sin mí

Me amaras sin mí
con paciencia prehistórica
Te sentarás a ver los juicios de la razón
discutir en tus narices.
Te resignarás a esta cárcel de piel
que me tortura.
Serás la siempre abnegada amante
que está condenada a amarme mientras tiendo mi mirada
en el infinito.

¿Me amarás en la distancia anquilosada por el buen gusto?

Amarás todo lo que toque
todo lo que tenga entre las manos
amarás el pie del que te conquista
amarás la llama que se inflama entre nosotros
amarás el miedo de perderme
amarás la arrogancia de no quererte
amarás ese silencio con el que te pago tus "te amo"
amarás el polvo que cubre tus cartas en los rincones
amarás la melodía de tus puños en mi pecho
amarás tus lágrimas rodando en un papel de despedida
amarás que demoren las ganas de tenerte
amarás que no te ame


Sin embargo

No amarás que te escriba todos los días
que te piense
que te sueñe
que te abrace
amarás que me despida del mismo modo en que tú me dijiste
Adiós, no vuelvas nunca

lunes, 2 de febrero de 2009

Sin nombre

Los ayeres dejaron su curso y se volvieron hoy, mañana. El paso marcado por una percusión no encontraba destino…no había tiempo, no había nombres. No había ausencia. El paso de esfera lo descubrió del polvo. Lo dejó en mi mesa, sobre mi cadáver, sobre mi occiso. Ahí se quedó, dando muerte a cada palabra que tocaba, a cada sílaba que osaba tocar con sus dedos. Nunca lo he mirado a los ojos, siempre los excito a ciegas, con la punta de mi lengua. Ayer lo vi. Con todo. Lo toqué—por fin—hasta el fondo, y se lo puse al árbol y se llamó concreto y, se lo puse al gato y se llamó mentiroso, y se le puse al destino y se llamó infinito, y se lo puse a ella y se llamó imprescindible, y se lo puse al cuento y se llamó corto.

domingo, 11 de enero de 2009

2009

Todos, quizà sin importar el motivo, escriben sobre el año que empieza. Unos con la fina convicciòn de saldar sus cuentas pendientes con el destino, y dejarlo, por fin atado de manos contra la cama. Otros, màs ingenuos, intentan suturar sus heridas màs profunds obligàndose a olvidar al reclacitrante amor de invierno.
Por mi parte, recuerdo los propòsitos del 2008. Todos, bueno, no todos, pero sì la mayorìa resultaron un fiasco. Una mentira que me ayudò a no claudicar en el frìo de enero. Sin embargo, el año tuvo contrastes de naturaleza caledoscòpica. No quisiera hacer un recuento de los daños ni unaatiborrante enumeraciòn de las cosas màs terribles y fascinantes del año que pasò ni de las que espero del año que empieza. Màs que nostalgia siento alivio.
A veces, sin importa còmo ni por què, me pongo a pensar en todo lo que ha sucedido y de còmo todo tiene una ralaciòn ìntima con cualquier paso que doy o con la ropa que uso, o con el pie con el que me levanto, el lado de la mesa en el que me siento, la mano con la que tomo el cepillo de dientes, el color de la pasta del libro que lleve en mi bolsa; en fin, las supersticiones màs abyectas me han condenado a perder, en muchos momentos, mi Fe. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, decidì no confiar en nada màs que en mì y en THE MASTER OF THE MASTERS, GOD.

Dejarè que este año fluya. Tengo un par de proyectos que espero realizar, pero nada màs. Quiero que la vida me detenga entre callejones, que me sorprenda. Sin amores furtivos ni baratos, sin falsos profetas ni anacoretas vendidos en la merced. No quiero màs eso que me daban. No acpetarè los remilgos del pasado ni las desventuras que me ofrece una bola de cristal que rueda por la escalera. No aceptarè, escùchenlo bien, el imperativo de esa mujer que no da nada a cambio.
Este año serà decisivo para mì. Es lo ùnico que puedo decir.

Amigos o no, espero verlos pronto. Saber que su vidad tienen un trayecto, un rumbo. Saben que quiero a la mayorìa de ustedes. A la otra, por desgracia, no. Pero aùn con eso espero verlos.

"Sólo vale la pena vivir para vivir "