sábado, 12 de septiembre de 2009

Primer amor

Nunca había pensado tanto en un adecuado principio de texto. Nunca hablar de ella me había costado trabajo. Pero hoy no encuentro el punto preciso para empezar. Ni siquiera sé si quiero hacerlo. No debería. No sé si debo comenzar contando la historia que vivimos hace ya casi 8 años, o por nuestro triángulo amoroso: ella, yo y la soledad; o por la música que me recuerda su nombre, o por la elegía que escribo aún, o por la canción que me enseñó su cuerpo…no sé por dónde empezar: ¿por el día en que me dijo “no vuelvas más”, o el día que le pedí que me ayudara a conseguir algo de “eso” que me consumía infatigablemente? Quizá deba ir al grano.
La encontré un viernes, la encontré feliz, risueña, como siempre. Dibujadas seguían las depresiones de sus mejillas, tan profundas que ya no recordaba el fondo. Su cuerpo aún baila con ingravidez y sus piernas cada vez son más largas, más eternas, más inalcanzables. Lo único que perdió fue su perfume, su hedor de princesa, de casa limpia, de amor correspondido.
Iba con él. No muy alto, mestizo, ojos miel, barba descuidada y angustia en la espalda. Se besaban, religiosamente, cada dos palabras. Sus manos paseaban con tanta libertad por el cuerpo del otro que no pude resistir la tentación de mirar. Los miré tanto.
Él le susurraba al oído fragmentos de canciones amorosas, melosas e incomprensibles. Ella lo abrazaba sin reparos, esperaba que la noche los llevara a algún lecho solitario. A mí me angustiaba el recuerdo, pero fingía magistralmente mientras acariciaba la cintura de una chica. No pensaba acercarme y hablarle, pero fue inevitable.
— ¿Ya terminaste el libro de Bataille?
—No, aún no. He tenido otras cosas que hacer, no más importantes, pero sí más urgentes.
— Qué buena frase.
—Oye…
—Sí, dime
—Nada, nada…
Lo último que le dije fue: “está bien, yo las tomo”. Mientras ella posaba junto a sus amigas.
Toda la noche, puedo jurarlo, sentí su mirada. Como si escudriñara en mis palabras, buscaba que algún descuido llevará mis palabras hasta su nombre. La miré apenas y me miró. Le hablé, no me escuchó. Seguía bailando.
La vi caer junto a él en una colchoneta, cerca de una cama ocupada por otros dos amantes. Yo miraba desde afuera mientras insistía en llevarme a la chica de la cintura prodigiosa al otro cuarto. Espero que no sea la última vez que la vea.
Llevo varios días pensando en ella, buscando fotos, leyendo cartas. Sé que todo tiró, que no me lee, que no me busca, que jamás me piensa. No importa que una mujer siempre de pensamientos me olvide. No importa que una invención me retire su atención, al final del día podría inventar otra más, una más linda, más pura, una que sí apeste a amor correspondido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Dan d'O dijo...

"No importa que una invención me retire su atención, al final del día podría inventar otra más, una más linda, más pura, una que sí apeste a amor correspondido."

"Podría" es un condicional, y desde hace 8 años no olvidas la invención. Me quedo con el misterio de la verdadera naturaleza de la invención de "ella". Buena historia; me gusta también esa cierta angustia que se respira.

¡Saludos!