martes, 29 de septiembre de 2009

Infortunios y despedidas

La nube rozó la mejilla del esclavo y éste se convirtió en polvo, polvo enamorado, eso quise ser yo, salir ileso de las malintencionadas garras del triunfo-fracaso. Pero no pude, entré en él como se entra a una casa incendiada, ofuscada por las llamas, que al final parece derrumbarse.
Llevo algunas semanas con una sensación tan extraña e inusual que no he podido dicernir si es eso: una sensación, o sólo un malestar, síntoma de la crisis o de la influenza.
Los días no se detienen y no he podido razonar a cabalidad lo que pasa. Subo fotos a mi facebook, le hablo a los viejos amigos, converso, me pone triste caminar, leo los viejos poemas, escucho las mismas canciones. Un amigo me dijo que se eso se llama nostalgia; a lo que respondí: "nostalgia de la muerte, sólo los putos", nada inteligente, pero me sacó una sonrisa.
En greigo, "regreso" se dice nostos, algos, significa "sufrimiento". Entonces, "nostalgia" es el sufrimiento por no poder volver, por la tierra madre de la que nos hemos despegado y por infortunia bucólica no volveremos.Eso es lo que siento, eso es lo que me produce tanta distracción en el trabajo, eso me quita el sueño con reticencia. Me ha invadido una triste leve, saudade, como en los campos de cebollas.

Fueron tres años de conocer, de caminar, de pasear por todo el país con la exclusiva empresa de reconocerme en otros rostros. Conocí muchas personas, muchos rostros es lo que aún no me identifico. Algunos son mis amigos, otros no sé dónde están ni si viven ni si quiera sé si me importa. Así pasa mi vida, "delante de la luz cantan los pájaros" y nunca me entero. A mis amigos, les dedico mi tiempo, mis lladas, mis entradas, a los demás, sólo les dedico ésta.

La primera estación fue hace tres años: noviembre de 2006. Guadalajara. La gente con la que viajé fue la indicada par iniciarme en el extraño arte de convivir con estudiosos de la literatura. mis amigos, dos, se portaron a todo dar conmigo, compartieron su tiempo y su espacio conmigo. Bebí con desesperación y asalté las buenas conciencias. Ahí conocí a las personas que guiarían mi curso congresero durante los siguientes 30 meses. Volví sin un quinto, con la miseria entre los dientes y con una sensación de fracaso que no cabía en la maleta.
Mi regreso a la universidad fue extraño, como si mis pies me jugarán la peor de las bromas y empezaran a despegarse del suelo. A subir, subir, subir, subir...hasta que mi cabeza tocó la punta más alta de la cúpula. Pasaron los meses y mi currículum se llenó de proyectos, de inquietudes. Quizá el congreso de Marzo de 2007 fue lo que me motivó a hacer lo que hice: organizar uno, quizá pequéño, pero fue el comienzo de una carrera que me trajo incendios fortuitos.
Cada año, la última generación de la licenciatura en letras hispánicas organiza un congreso interno,uno sin más miras que conocer los trabajos de otros compañeros y escuchar ponencias escritas por los profesores, esas que por tiempo o bulia, no dicen en sus clases. Ese verano nos tocó. Las cosas salieron a pedir de boca, quizá el tiempo fue el único complice de nuestros detractores, pero durante cinco días, bebimos, leímos, platicamos y conocimos gente poca madre, el único congreso que ha reunido tanta banda de otras universidades. En fin, esas vanalidades no fueron el asutno más importante durante esa semana. Estar con mis amigos, organizarlo entre cuates que, con todo y peleas, al final nos dimos el mejor de los abrazos. Eso fue lo mejor.
Pasaron los meses y llegué a la ciudad que hizo de mis veranos y de mis borracheras los mejores momentos de esos tres años: Guanajuato. La ciudad de mis mejores fiestas. De los poetas viejos, de los nuevos amigos, de la vetusta condición del diletante que no se rinde.
Después vinieron más congresos, muchos más. Hasta octubre del año pasado.
Tenía un nuevo trabajo, uno bueno. Mi tolerancia al alcohol era la de un pirata español y mi espíritu estaba tranquilo, aburrido y anodino. Llegó el día que esperamos casi dos años, la Ciudad tendría la palabra...sólo dijo mentiras, y cuando no, balbuceaba como un bebé. Todas las ciudades son así, al menos las importantes. Así pasaron las geografías congreseras, la manía por juntar a los futuros intelectuales y editores de este país.Descubrí que el amor por la ciudad sólo es la sinécdoque del amor por la persona, viajé y me enamoré, me desanamoré me convertí en judío converso, en cristiano viejo y musulmán.

Cada congreso tiene un abánico de anécdotas, gente que muere por no saber que la vitud más grande de un alumno de literatura es su silencio. Con golpes aprendí la lección, con sudor y mutis. Algunas noches pienso en regresar a cada ciudad y encontrar a la misma gente, perderme con ellos, en las noches en las madrugadas, entre sábanas y hojas de maguey; pero nunca vuelvo ni volveré, por que "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".

Así sólo me quedo con fotos, hojas impresas, firmas en papeles, gafetes y un sabor a podrido entre líneas. Dejo el mundo del cabaret literario, el de la comicidad de los versos, el de la mujer alivianada. Sé muy bien que los que siguen gozarán lo mismo y sufrirán más porque, a pesar de todo, tuve la fortuna de encontrarme con gente honesta, inteligente, acuciosa y avispada, a ellos me los llevo y les auguro el peor de los futuros: el éxito.

Gracias, sé que me extrañarán.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Primer amor

Nunca había pensado tanto en un adecuado principio de texto. Nunca hablar de ella me había costado trabajo. Pero hoy no encuentro el punto preciso para empezar. Ni siquiera sé si quiero hacerlo. No debería. No sé si debo comenzar contando la historia que vivimos hace ya casi 8 años, o por nuestro triángulo amoroso: ella, yo y la soledad; o por la música que me recuerda su nombre, o por la elegía que escribo aún, o por la canción que me enseñó su cuerpo…no sé por dónde empezar: ¿por el día en que me dijo “no vuelvas más”, o el día que le pedí que me ayudara a conseguir algo de “eso” que me consumía infatigablemente? Quizá deba ir al grano.
La encontré un viernes, la encontré feliz, risueña, como siempre. Dibujadas seguían las depresiones de sus mejillas, tan profundas que ya no recordaba el fondo. Su cuerpo aún baila con ingravidez y sus piernas cada vez son más largas, más eternas, más inalcanzables. Lo único que perdió fue su perfume, su hedor de princesa, de casa limpia, de amor correspondido.
Iba con él. No muy alto, mestizo, ojos miel, barba descuidada y angustia en la espalda. Se besaban, religiosamente, cada dos palabras. Sus manos paseaban con tanta libertad por el cuerpo del otro que no pude resistir la tentación de mirar. Los miré tanto.
Él le susurraba al oído fragmentos de canciones amorosas, melosas e incomprensibles. Ella lo abrazaba sin reparos, esperaba que la noche los llevara a algún lecho solitario. A mí me angustiaba el recuerdo, pero fingía magistralmente mientras acariciaba la cintura de una chica. No pensaba acercarme y hablarle, pero fue inevitable.
— ¿Ya terminaste el libro de Bataille?
—No, aún no. He tenido otras cosas que hacer, no más importantes, pero sí más urgentes.
— Qué buena frase.
—Oye…
—Sí, dime
—Nada, nada…
Lo último que le dije fue: “está bien, yo las tomo”. Mientras ella posaba junto a sus amigas.
Toda la noche, puedo jurarlo, sentí su mirada. Como si escudriñara en mis palabras, buscaba que algún descuido llevará mis palabras hasta su nombre. La miré apenas y me miró. Le hablé, no me escuchó. Seguía bailando.
La vi caer junto a él en una colchoneta, cerca de una cama ocupada por otros dos amantes. Yo miraba desde afuera mientras insistía en llevarme a la chica de la cintura prodigiosa al otro cuarto. Espero que no sea la última vez que la vea.
Llevo varios días pensando en ella, buscando fotos, leyendo cartas. Sé que todo tiró, que no me lee, que no me busca, que jamás me piensa. No importa que una mujer siempre de pensamientos me olvide. No importa que una invención me retire su atención, al final del día podría inventar otra más, una más linda, más pura, una que sí apeste a amor correspondido.